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Yolanda Bedregal
OBRA - OBRA COMPLETA

ESTUDIO PRELIMINAR: SOBRE LA OBRA LITERARIA DE YOLANDA BEDREGAL
Leonardo García Pabón

A Yolanda Bedregal le tocó vivir y acompañar a la nación boliviana en una larga y compleja batalla (todavía inconclusa) por entrar a la modernidad de Occidente y que ocupó gran parte del siglo XX. Bedregal nace en 1913 y muere en 1999 a los 85 años de edad. En eso años, fue testigo de hechos tan decisivos para la formación de lo que es Bolivia hoy como la guerra del Chaco, la revolución de 1952, las dictaduras militares, la guerrilla del Che Guevara, el narcotráfico y el advenimiento de la democracia. Por su oficio de escritora, estuvo sujeta a los avatares de esta historia de una forma particular: por una parte, vivió los
conflictos nacionales en el espacio de las luchas ideológicas; por otra, intentó traducir en su obra la interacción entre lo público y lo privado. Su obra literaria que abarca poesía, narrativa, ensayos y artículos periodísticos, refleja esta situación en diversos registros. Si miramos a sus ensayos y sus artículos publicados en periódicos y revistas, y a su participación en lo que se llama la vida cultural de la nación, podemos apreciar su asociación con la cultura nacional oficial por su participación en las instituciones estatales encargadas de la educación y el arte. Si miramos a su poesía, poesía lírica esencialmente, nos asomamos a un mundo interior volcado hacia el amor, la familia y la búsqueda de Dios y, de forma destacable, a un intento de entenderse y definirse a sí misma como mujer y como escritora. Y si, finalmente, miramos a su obra narrativa, veremos articulaciones entre estos dos espacios: la intimidad de un sujeto que se construye en la lírica pero que debe responder a un mundo exterior, el cual al presentarse muchas veces como historia violenta obliga a ese sujeto a reformularse ante la inevitable intromisión de lo social en lo privado.
estudio preliminar:

EN EL ESPACIO DEL NR

Si hay un hecho simbólico de la vida pública e intelectual de Bedregal es haber sido denominada Yolanda de Bolivia en 1948 por los intelectuales del grupo autodenominado Segunda Gesta Bárbara. Este epíteto la acompañará a partir de entonces casi como una marca de identidad. De alguna manera es un título justo, Bedregal fue en muchos aspectos Yolanda de Bolivia. Pero, en la medida en que Bolivia no era (ni es) una sociedad uniforme, cabe preguntarse de qué Bolivia.

En la historia de Bolivia, se puede postular de forma general que hay dos movimientos políticos e ideológicos que definen el siglo XX: por una parte, los movimientos indigenistas que van desde la participación indígena en la revolución liberal de 1899 y las controversiales tesis raciales y racistas de Alcides Arguedas hasta el Movimiento al Socialismo de Evo Morales; y por otra, los movimientos nacionalistas revolucionarios que se originan más o menos con la guerra del Chaco y continúan hasta la caída de Gonzalo Sánchez de Lozada en 2003.1 Habría consenso entre los historiadores sobre los momentos históricos más determinantes en ese siglo: la guerra del Chaco y la revolución de 1952, éste último estrechamente ligado con el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), el partido político que capitalizó ese alzamiento popular. Es más, ambos hechos están interrelacionados, siendo el 52 una consecuencia de la guerra del Chaco. Con la revolución del 52 pareció por un momento que esas dos tendencias, indigenista y nacionalista revolucionaria, encontraron su solución en el discurso del MNR, gracias a las medidas adoptadas por este gobierno. Notablemente, el voto universal y la reforma agraria, con su aura de gestos revolucionarios, aparentaron ser las soluciones a los conflictos en torno a la problemática indígena y a la incorporación de esta población a la vida nacional. La historia ha mostrado que, a pesar de su importancia, estos cambios no superaron completamente los problemas sociales referidos a las poblaciones indígenas. Los conflictos tenían raíces muy profundas y muy antiguas. Una real participación del indígena en la vida nacional tenía que superar, por ejemplo, el racismo de origen colonial, actitud profundamente arraigada en varios sectores bolivianos y que no iba a desaparecer con las reformas del MNR. Pero no se puede negar que el siglo XX boliviano vivió bajo el signo de un proceso de modernización de la nación en cuyo centro estaba la búsqueda de una democracia participativa que incluyera a todos los sectores del país. Proceso avanzado pero todavía lejos de haber llegado a su etapa final.

Es en este ambiente de la luchas por la modernización (económica, social, política) de la nación, donde vive y escribe Yolanda Bedregal. Por su vida y origen social, fue parte de la Bolivia cuyos intelectuales –con las excepciones de rigor– respiraron dentro de la episteme del Nacionalismo Revolucionario (NR).2 Como explica Luis H. Antezana, el NR es la ideología dominante en gran parte del siglo XX boliviano. Este ideologema es un espacio epistemológico que copa las ideologías de la época y las articula con una determinada praxis estatal, definida por las palabras nacionalismo y revolucionario. Toda acción política para tener alguna validez práctica tuvo que acogerse a esta ideología. Así, los movimientos de izquierda como de derecha, en todas sus variantes, tuvieron que asimilarse, asociarse, camuflarse, en el discurso del NR.3 Un repaso de la vida pública de Bedregal nos muestra una vida incansable de charlas, conferencias, homenajes, viajes a congresos culturales internacionales, ingreso a sociedades y academias, presentaciones de libros propios y ajenos, y muchos otros actos públicos de similar naturaleza. Los temas que ella toca son variadísimos: poesía y literatura, que son su principal oficio, ocupan una gran parte; arte, música y danza no dejan de tener su espacio habiendo ella misma incursionado en estas prácticas artísticas; educación es un tema central a sus preocupaciones intelectuales, sobre todo la educación de los niños; y, finalmente, aspectos de la sociedad boliviana como las artes y la cultura del mundo indígena. Tal es la profusión de estas actividades que han dejado un testimonio de más de mil quinientas páginas que ocupan dos tomos de esta
edición de su Obra completa.

Llama la atención que esta vida de actividad intelectual pública sea de una continuidad inalterable. Desde los años 30, que es cuando tenemos los primeros datos de sus actividades, hasta los años 90, Bedregal no deja de participar en eventos de índole cultural o educativa. Los radicales cambios sociales y políticos no alteran sustancialmente su actividad, ni la desplazan de puestos administrativos estatales. Por ejemplo, en 1951, antes de la revolución del 52, es nombrada Vocal de la Sección Letras de la Comisión Nacional de Cultura; en 1956, ya bajo el gobierno del MNR, es nombrada Vocal de Poesía en el Concejo Municipal de Cultura de la Alcaldía de La Paz. Esto sugiere, por un lado, que la ideología que encuadra las actividades oficiales del Estado nacional cambia pero no tan radicalmente como una revolución haría suponer, y esa ideología seguramente ya era la del NR incluso antes del 52; y por otro, que nuestra escritora se sentía cómoda participando en estas estructuras e ideologías estatales. Bedregal ilustra bien lo que vivieron gran parte de los intelectuales “letrados” nacionales en el siglo XX: su subordinación inevitable a la ideología del NR. De hecho, hasta se podría decir que eran parte consustancial de esa ideología. Quizás no fueron intelectuales “orgánicos” a la Gramsci como un Carlos Montenegro o un Augusto Céspedes, pero fueron intelectuales del NR a pesar de todo y, a veces, a pesar de ellos mismos. Si volvemos por un momento a la nominación de Bedregal como Yolanda de Bolivia y reparamos en los miembros de esa Segunda gesta Bárbara, podemos ver un grupo de escritores –Valentín Abecia, Gustavo Medinaceli, Julio de la Vega, Óscar Alfaro, Beatriz Schulze Arana, Jacobo Libermann, Armando Soriano Badani y Mario Guzmán Aspiazu, entre otros–, que se afanaron toda su vida por fundar una cultura
nacional que, explícita o implícitamente, reflejaba la ideología hegemónica del siglo XX, la del NR.4

Bedregal, como decimos, no escapó a esta ideología. Apoyada y limitada por ella, realizó un aporte importante a la formación de una cultura nacional tal cual era posible pensarla en el siglo XX. Su lucha por la educación, por la difusión del arte y la literatura, por el conocimiento del mundo indígena, son honestos y admirables. Pero a la vez, sus limitaciones son obvias: simple reforma moral, concepción del arte con tonos idealistas, o mirada al indígena que no puede separar de lo folklórico. Sus ensayos y artículos muestran fehacientemente tanto ese ambiente nacional en el que vivió y respiró, como el fondo ideológico que lo sustentaba. En el contexto de toda su obra literaria, los ensayos y artículos proveen un contexto personal y social al resto de su obra. No tanto como un explicación –en el sentido de un diario o una autobiografía– sino como una puesta en contexto, casi como una puesta en escena, un escenario para la actuación de los sujetos e identidades que Bedregal explora en su poesía y su prosa.

UNA POÉTICA DE LA FAMILIA

La poesía de Bedregal, como toda obra de largo aliento, evoluciona en el tiempo. Un ejemplo notable es el desarrollo de un mejor manejo del lenguaje en su poesía de madurez. Otro, las crisis provocadas por el reconocimiento de una realidad social imperfecta. Un último ejemplo, los cambios en su percepción de sí misma como mujer. Un tema que no evoluciona sino que, al contrario, se mantiene como piedra fundacional, es la familia, quizás el tema dominante de su poesía. Y este tema que se resiste al cambio es, a pesar de
todo, sacudido por los acontecimientos de su vida, lo cual da origen a crisis existencialistas y poéticas. Es aquí, justamente, donde se revela lo mejor de la poesía de Bedregal. Por ello, vale la pena mostrar un par de aspectos del tema de la familia.

Bedregal construye líricamente su mundo familiar con voces generalmente encarnadas en el niño y/o en la madre. Y líricamente trata de entender las crisis que las relaciones de familia sufren inevitablemente. En su primer libro, Poemar (1937), tanto el tema dominante del libro como la voz de la poeta reflejan el mundo infantil. Poemas a la madre, al padre, o al juego de los niños, componen los poemas de este libro. La voz de la poeta es representativa, busca recrear la mirada infantil. Es un intento de representar miméticamente la familia.5
Veamos un ejemplo, el poema “Jugando”:

Voy tras un aro de colores
con la aureola infantil de mi sombrero
de anchas alas de paja.

…La Tierra detiene su girar un instante
porque mi aro cayó.

Doy un salto. El aro
de un varillazo
vuelve a rodar otra vez
y la Tierra, sonriente,
se echa conmigo a jugar. (1: 90)†

La intención es clara, la voz de la poeta y la del niño se identifican con el objetivo de exponer al lector el sentimiento infantil. Pero está claro que este poema no representa el sentimiento de un niño sino de cómo la poeta imagina lo que siente un niño. Esto no quita mérito al poema, pero su mérito está en otra parte: en la analogía del aro con la tierra, y la sugerencia de un juguete cuyo ritmo, su rodar, está todavía mantenido por la tierra, tradicional imagen maternal. La relación madre-hijo se revela así como un transfondo importante de este poema y, se podría mostrar, de toda la poesía de Bedregal. La recurrencia de este tema en su poesía es uno de los sustentos de su concepción del mundo familiar, cuyo acento Bedregal pone más en la relación maternal que, por ejemplo, en la relación de pareja.6

Lo que me interesa destacar, sin embargo, no es tanto este tema de la poesía de Bedregal, muy importante sin duda, sino un momento destacable en su escritura, originado en la crisis de la familia. Los textos más intensos de su poesía se dan en ocasiones como ésta: tener que reconocer que una imagen que ha construido de sí como madre tradicional debe enfrentar el fantasma del otro y de su deseo. Creo que, además de la familia, se pueden encontrar otros temas que construidos a lo largo de varios textos deben ser revisitados, generalmente, en las épocas más maduras de su vida, en textos incluso inéditos y que ahora se publican por primera vez. Para el tema de la familia, su libro Tinta negra (1972) refleja esa crisis y cuestionamiento de la estructura familiar basada en la maternidad. La crisis familiar se suscita por un hijo adolescente que, de acuerdo al poema, ha sido influenciado por excesos propios de una juventud en busca de sensaciones inéditas, y se rebela contra la madre, representante del orden familiar, y la agrede en el espacio de lo simbólico, de las significaciones verbales y gráficas. La respuesta de la poeta/madre es tratar de entender y rescatar el amor donde parece existir sólo “desamor”. Es notable un retrato que le hace el hijo, mencionado en uno de los poemas del libro, y donde parecería que la pinta con un rostro horrible, acompañada de una inscripción que dice “Esa cara feroz con que me miras”. Bedregal responde:

Diré, más bien, me miro yo:
humillada,
marchita,
sin tus besos.

Con una sonrisa triste
que me rasga el labio.
Y todavía aferrada a la esperanza. (1: 585)

La madre reemplaza la mirada del hijo con la suya propia y, sin negar la fealdad del rostro, lo atribuye a la falta de amor del hijo. La madre es fea porque el hijo no la quiere. Este es el tono general del libro, un intento de conjurar el drama familiar –la culpa, la soledad, la pena, el amor, el llanto– por medio de la poesía. Así, la poeta buscando explicación poética a la pérdida del amor filial, se pregunta por ese extraño fenómeno que experimenta la madre, el pasar de ser una sola sangre cuando el hijo está en el vientre a ser dos sangres, dos sujetos después del nacimiento, y reconoce que su hijo es otro, otro sujeto, un ser separado de la madre: “Lo supe/ claro y punzante/ el mismo instante/ en que no fue más Mi sangre/ sino Tuya.” La respuesta final de la poeta es, a pesar de la crueldad de este enfrentamiento, rescatar el acto de amor a la vida:

Porque amaba la Vida
con su gloria y miseria,
te la di.

Te di la Vida
tal como luz,
bandera,
clavel,
como una hostia,
una espada,
una presea,
como juguete sagrado.

¡Ay! ¡locura de amor darte la Vida! (1: 582)

Sin duda, estamos muy lejos de ese amor ingenuo que poblaba los primeros poemas de Bedregal, éste es un amor lúcido, forjado en el difícil trance de la rebelión del hijo.

Este ejemplo ayuda a mostrar que, en momentos de crisis, la poesía de Bedregal se hace excelsa. Pues abandona la seguridad de un espacio conocido, seguro, familiar, para encontrarse por un momento a la intemperie mirándose a sí misma más de verdad que nunca.

LA CASA Y SUS ENTRAÑAS

La familia es un tema que abarca no sólo la poesía sino también la narrativa. El título de su novela inconclusa, La casa y sus entrañas, indica ilustrativamente la división existente al interior de los espacios familiares que la escritora habita. La casa es, para Bedregal, no sólo el espacio de la familia sino de su interacción con la sociedad. En cambio las entrañas es donde el sujeto de la poeta se encuentra.

La casa y sus entrañas es un texto inacabado y quizás por ello presenta rasgos testimoniales muy valiosos. Algunas partes parecen una serie de recuerdos de la niñez, otras, notas para la novela que pensaba escribir, y otras, borradores de un texto perdido. Tiene, pues, una frescura de pre-texto, de materia prima que nos permite ver el proceso creativo de Bedregal. Por ejemplo, la casa es una casa de estructura colonial, típica de las casas tradicionales de principios del siglo XX, con varios patios y espacios diferenciados de vivienda, donde moraba toda la familia extendida. Pero a la vez refleja una jerarquía social a la que no puede escapar la familia. Esta mirada espontánea a su niñez está acentuada por la voz narrativa que, como en los poemas que vimos y en otros textos narrativos, trata de asimilarse a la voz de un niño. Esta casa que parece más bien casona en la memoria del niño narrador, casa de la infancia vuelta casona en la memoria, ha podido ser la referencia biográfica de mucha de la escritura de Bedregal. Pero esta casa tiene un contrapeso que la saca de una memoria, quizás idealizante, y la arraiga en el presente de la narradora: las entrañas. Para Bedregal, el significado más asociado con entrañas es la maternidad, significado que aparece en varios pasajes de su narrativa; por ejemplo, en oraciones como: “Guardaría al hijo en el nido amparador de sus entrañas” (“La grávida” [3: 526]).

Algunos fragmentos de La casa y sus entrañas sugieren que la relación entre la casa y sus entrañas es una suerte de crecimiento, casi como si la casa estuviera engendrando sus propias entrañas, su propia posibilidad de dar vida:

Y la casa se fue poco a poco vistiendo. Empezó por tener su esqueleto de huesos que antes fueron de piedra y su carne y sangre que antes fueron tierra y agua. Y sus entrañas que antes fueron trozos de vacíos cuadrados. Y su piel que antes fueron empapelados mudos. Y sus sentimientos que fueron colgándose en cuadros, calendarios, retratos, tapices pequeños pintados o bordados por manos que vivían o vivieron. Tuvo entrañas… (3: 403)

Así la casa deja de ser un espacio donde suceden acontecimientos y se convierte en personaje que participa de esos mismos acontecimientos.

Ahora bien, esas entrañas llevan en sí la vida pero también albergan un algo oscuro. De hecho, esto no es tan extraño, si pensamos que toda entraña es una interioridad, una oscuridad a la que la luz del día no llega sino en casos de alteración profunda y traumática del cuerpo. Así para ver, conocer, entender la verdad de las entrañas, se debe pasar por un trance, una crisis del cuerpo (y del alma), que saque a la luz lo que habita generalmente en la oscuridad. Se puede imaginar fácilmente que Tinta negra es parte de esa revelación de lo oscuro de las entrañas. El hijo que ha salido del vientre materno y se ha vuelto con agresividad contra la madre cuestiona la “natural” relación de amor entre madre e hijo. Pero donde mejor se aprecia la conflictiva situación de las entrañas es en su novela Bajo el oscuro sol. Ya el subtítulo de Tinta negra, “Apuntes de un eclipse a medio día”, apunta a un tema común con la novela, pues ambos subrayan ese momento de oscurecimiento del sol, de la luz y del calor. Pero esta imagen del eclipse tiene varias significaciones. Entre ellas, una muy importante, asociada con la relación entre hombres y mujeres. En efecto, ese oscurecimiento del sol es también el de la potestad de lo patriarcal, ya que la imagen solar está muy asociada con la primacía de lo masculino en la formación de las sociedades que históricamente dan origen a Bolivia. Sea el sol inca, el sol de la corona española o el sol de la efigie de Bolívar, Bolivia, al nivel del Estado, es una sociedad fuertemente patriarcal.

Bajo el oscuro sol es un texto complejo, con varios niveles narrativos y temáticos. Organizada, en alguna medida, como una novela policial, lleva al lector a descubrir poco a poco la vida y el secreto íntimo de una joven, Verónica, 7 muerta casualmente en una revolución. La búsqueda, emprendida por un antiguo catedrático de la muchacha, se lleva cabo a través de manuscritos y cartas que ella ha dejado. Al final se revela el secreto doblemente atroz que Verónica había descubierto un poco tiempo antes de morir: es hija de una relación incestuosa, y ella misma ha estado viviendo una relación incestuosa con su padre. Habiendo quedado embarazada tiene que abortar. Las entrañas de su madre y las suyas propias, pues, llevan en sí una marca de ignominia, tanto moral como biológica “vientre-tumba” llama la protagonista a sus propias entrañas. La mancha que conlleva el incesto es una crisis profunda en el contexto de la literatura de Bedregal, la que está sostenida en un amor y devoción profunda a la familia, a la casa familiar, al hogar paterno y a la inocencia de la niñez. La familia que debería preservar la continuidad de una tradición, que debería reproducir la felicidad que su memoria de la niñez ha construido, que tendría
que proveer el mismo espacio de seguridad a los hijos de la misma Bedregal, aparece oscurecido en su origen mismo, en ese espacio casi sagrado –las entrañas– donde se gesta la vida, por una suerte de pecado original. En las entrañas de la mujer madre, hay una mancha moral que no es circunstancial, sino que se encuentra extrañamente asociada con el acto de amor que parecería, en Tinta negra, justificar el dar vida a un hijo.

Hay una profunda valentía en Bedregal para enfrentar este tema. Sobre todo, si pensamos que por su extracción social, clase media urbana, por su participación en las actividades de un Estado bajo la ideología del NR, no fue una rebelde declarada ni jamás tuvo una actitud contestaria al sistema.8 Pero su honestidad como escritora la llevó, creo yo, a reflexionar críticamente, desde la perspectiva del amor y de la maternidad, justamente aquello en lo
que más creía: las entrañas de la madre. Y su respuesta no es una novela que simplemente use un tema tabú, el incesto, como parte de la narración de la vida de un personaje. En la novela, el incesto no es algo puntual; al contrario, Bedregal sugiere que es un fenómeno social ligado a un sistema patriarcal dominante en la sociedad boliviana. Es muy significativo que en la novela sea un hombre –cuya posición como figura paternal no podía ser más obvia: catedrático– el que intente reconstruir la identidad de la protagonista; y que otro personaje masculino plagie una novela que, al parecer, ella había escrito. El incesto, en Bajo el oscuro sol, va más allá de ser una historia anecdótica para devenir el fantasma de una mancha moral y biológica estructural a toda sociedad patriarcal y, específicamente, a un grupo social boliviano, ese grupo dominante sustentado todavía por privilegios coloniales, como La casa y sus entrañas sugiere.

En efecto, la casa de este texto, que ya hemos llamado casona, también aceptaría sin mayores problemas el título de solariega. En ella viven varias familias alrededor de los señores propietarios: hermanos, padres, sirvientas indias, negras y una infinidad de niños y niñas. En un pasaje, se narra la llegada de un circo al cual quieren entrar todos los niños que resultan ser como veinte. Una de las personas mayores, para poner orden, dice:

aquí todos somos hermanos. Nada de tú eres hijo de la Marcelina, tú de la María, tú del caballero, tú de la Señora Grande, tampoco nada de que tú eres el negro, tú la mulata, tú yokalla, yo soy niñito, y soy la hijita de mi Abuela. No quiero recriminaciones, todos son hermanos ¿me entienden? (3:381)

Notable descripción de esa familia extendida y sus orígenes sociales y raciales. Un rasgo destacable de esta cita es que las diferencias sociales están claras tanto para los adultos como para los niños. Todos llevan la marca de su origen social, cultural y racial. Pero lo más sugerente es que el llamado a ser hermanos, aunque claramente está utilizado como una metáfora para solicitar armonía entre los niños, no deja de tener un eco literario proveniente de la novela indigenista: los hijos naturales que abundaban en las haciendas y cuya paternidad correspondía generalmente al señor hacendado, dueño de las vidas y los cuerpos de los indígenas. En esta proliferación de niños huérfanos y mestizos, de hijos legítimos y naturales, la posibilidad de un origen incestuoso no es tan remota.

Y en medio de esta familia abarrotada de niños inocentes, sabemos que hay una oscuridad que amenaza su constitución. Oscuridad que está textualizada en particular por conflictivas relaciones entre padres e hijos –incesto, agresión– y que tiene, además, un fuerte componente social. Es como si una tacha fuera a la vez el origen de la familia y la sociedad bolivianas.

El cuento “Retorno” de 1946 ilumina aspectos de esta relación del espacio oscuro con la familia y la sociedad a la vez. Como tantos otros relatos, éste es un recuerdo de la niñez. Describiendo la casa, se menciona un cuarto oscuro, un Ch’ama-cuarto, un sótano para los cachivaches de la familia. Entre ellos, se encuentra un esqueleto quizás dejado por el abuelo médico, muñecos, sillas viejas y una chullpa, que “hizo estación en el Ch’ama-cuarto
desde su albergue de un ‘tapado’ camino de algún museo” (3: 592). Esta chullpa me parece significativa a la luz de los ensayos de Bedregal sobre el mundo indígena. Lo indígena que viene de un pasado colonial, un “tapado”, está destinado a un museo, en la típica concepción ideológica del NR. Así pues, en esas entrañas oscuras de la casa, no sólo está el pasado de la familia sino también una manera de ver el pasado de la nación. Más aún, Bedregal compara este cuarto a su cerebro: “ese cuarto era igual que mi cerebro: un enjambre contradictorio y múltiple sin continuidad ninguna. ¡Y tan compacto a la vez!” (3: 593). Hermosa iluminación de sí misma como ser ideológico: el pasado familiar y social (ideológicamente codificado) como sustrato del sujeto individual Bedregal.

Ahora bien, el cuento se inicia como una memoria de la época del nacimiento de una hermana. Estas descripciones del cuarto oscuro están, pues, asociadas con la idea de maternidad, de la entraña dadora de vida. Ya en la segunda parte del relato, se describe, sobre todo, las actividades de la familia en la noche, junto al fuego, mientras se espera el nacimiento del bebé. Ahí nace un amor precoz entre la narradora y Alejo, un huérfano que vive con la familia. Vale la pena leer estos párrafos que cuentan lo que pasa la noche del nacimiento del bebé:

La noche en que nació la niña, no se reunió la familia. Sola, frente al fuego, me eché en el suelo, apoyando los codos en el suelo, enlazados los dedos en puente hundido para apoyar la cabeza. Y llamé:
— ¡Alejo, pásame la leña, Alejo!
A los dos nos envolvía la luz de una llamarada inmensa; y un sentimiento inconsciente, tal vez el de justicia que me obsesiona, tomó su rescate.
A Alejo yo le otorgaba luz de pies a cabeza. Sin embargo, en la realidad no era así; estaba él siempre fuera de su alcance. Pero esta noche sí, lo iluminaba entero y yo, brillando de gozo, de reconciliación, de triunfo, acerqué un poquito mi cabeza a la de él y le besé larga,
gloriosa y purísimamente. (3: 597)

Un tío de la narradora ha visto esta escena y echa inmediatamente al niño de la habitación. Al día siguiente lo envían a la montaña. Es un huérfano y está sujeto a las decisiones de la familia con la que vive. El cuento no nos da mucha información sobre este personaje, pero hay varias posibles significaciones a las que el contexto de la obra de Bedregal –piénsese en La casa y sus entrañas– nos invita: ¿se tratará de un niño mestizo o indígena? ¿será un pariente pobre? ¿tal vez hijo de alguna sirvienta? ¿un hijo natural de algún señor de la familia? ¿hay un posible incesto en este amor naciente? Lo que sí queda claro es que hay una trasgresión a las reglas de la familia pues ese niño que en la realidad diaria está siempre fuera del alcance de la luz del hogar (del fuego tanto como de la familia), por un momento
queda completamente iluminado, como comenta la misma narradora. Aquel cuyo lugar es lo oscuro pasa al lado de la luz, al círculo privilegiado de la familia, lo que se ve como una amenaza a su estabilidad, pues viola sus reglas –seguramente una mezcla de normas familiares, sociales y raciales– y por eso el niño debe ser alejado. No deja de ser simbólico que sea el nacimiento de la hermana la que facilita esta trasgresión. Es como si una gestación y nacimiento legítimo invitaran a su duplicación especular fuera de los límites de la legitimidad familiar.

“El retorno” muestra que la oscuridad de las entrañas flota alrededor de la vida de la casa. Es un espacio físico como el sótano, pero es también el cerebro, el yo de la narradora; se lo reconoce también en los recodos de la casa, en los personajes que la historia y la sociedad han llevado a esa casa como la chullpa o Alejo. Cada vez que lo oscuro ilumina un cuarto o un personaje, se descubre el fantasma de la trasgresión, tanto a nivel personal, como familiar y social.

Y esas trasgresiones encuentran en la obra de Bedregal, como venimos señalando, un símbolo poderoso y perturbador: el incesto. Como Derrida nos recuerda, leyendo a Levi-Strauss, el incesto es un tabú, al parecer, universal, y por lo tanto, se podría decir que es natural. Pero a la vez, el tabú del incesto es cultural en tanto es un conjunto de prohibiciones desarrollado por cada cultura. El tabú del incesto es, pues, a la vez, natural y cultural, lo cual en un sistema de pensamiento de oposiciones es impensable –un escándalo lo llama Derrida–.9 Bedregal parece acercarse al tabú del incesto preguntándose, justamente, por esa doble condición de natural y cultural a la vez. Su pregunta, que quizás no encuentra respuesta, es por el fundamento de la familia y de la sociedad en Bolivia. Sobre qué extraña y familiar prohibición a la vez se construye el discurso de lo nacional, en una época dominada por la idealidad de una revolución. En este sentido, la imagen que abre y domina su novela Bajo el oscuro sol es muy poderosa: una mujer de entraña oscura, en una habitación perdida en la indiferente ciudad de La Paz, muerta una noche por una bala
revolucionaria azarosa y sin sentido. Hasta se podría pensar que esa muerte es natural en la sociedad boliviana, donde las revoluciones son la norma y no la excepción, son casi su naturaleza histórica. Pero, a la vez, es claramente un hecho cultural, propio de la sociedad boliviana, inventada por siglos de su propia historia como su norma de existencia. Y esa mujer, víctima azarosa, ¿no será más bien el sacrificio que reclama esa misma sociedad para mantener su lógica nacionalista y revolucionaria? ¿No guardará ella, en su vida, en sus textos, en su ser mujer, el origen de la prohibición del incesto que funda lo nacional?
Bedregal apunta en su literatura a ese espacio de lo impensable, de lo que no se puede hablar a riesgo de desmoronar la fundación misma de lo que es la sociedad boliviana. Pero su obra no pretende ser una respuesta a estas indagaciones, sino a señalar, a mostrar el lenguaje de que estaría hecha la respuesta, trata de prepararnos para la paradoja que sería la respuesta fundacional de la nación. Paradoja que se nos revela al final de “Retorno”: la hermanita esperada no llega, sino que nace un niño, con lo cual toda la historia de un cuento alegre, de celebración de una hermanita que llega, queda suspendida sobre el abismo
de una falsa presunción. El origen de esa niña, de ese niño, se encuentra, como el origen de la estructura de la sociedad boliviana, en:

un país cuyo nombre sólo se sabía mi papá y que era difícil retener, un verdadero trabalenguas; lo llamábamos todos, para facilitarnos, Allá. De Allá vendría esta hermana. Dónde sería ese Allá, me preguntaba. Allá decía mi madre, señalando un cajón; Allá decía mi padre, pidiendo un libro del estante, y allá no había huella de niño. Allá, dijo la cocinera, mostrando una rama adonde había huido mi canario. Allá. Allá. (3: 595)

Un país que se encuentra en un allá lejano e inalcanzable, un país cuyo nombre sólo se sabe el patriarca de la familia, un país como un trabalenguas que es el origen de este país, el de aquí. A ese país innombrable y prohibido como un incesto, a ese país originario que engendraría familias nacionales como la de Yolanda de Bolivia e ideologías como la del NR en el siglo XX, Bedregal se atrevió a acercarse con valentía y con honestidad, para preguntarle por su nombre prohibido. El testimonio de ese enfrentamiento consigo misma, con su familia y con su país es su obra literaria.

Eugene, 25 de abril de 2009

NOTAS
† Las citas de esta introducción corresponden a esta edición de la Obra Completa de Yolanda Bedregal. Se indica el número del tomo (del 1al 5) y luego el de página. En esta cita, por ejemplo, la referencia “1: 90” significa “tomo 1, página 90”.

1 Es interesante notar que el libro de Carlos Piñeiro Iñíguez, Desde el corazón de América. El pensamiento boliviano en el siglo XX (La Paz, Plural: 2004), implícitamente se divide en estas dos tendencias. Mitad del libro está dedicado a Alcides Arguedas y Franz Tamayo, los pensadores indigenistas, y la otra mitad a Carlos Montenegro, Augusto Céspedes, Carlos Medinaceli y Guillermo Francovich, pensadores dentro de la esfera del nacionalismo revolucionario.

2 Hay que aclarar que se trata de la participación en una ideología y no necesariamente en un partido político. Bedregal jamás militó en el MNR o en ningún otro partido político.

3 Al nivel ideológico, Luis H. Antezana, en su “Sistema y procesos ideológicos en Bolivia (1935-1975)” (Bolivia, hoy. Comp. René Zavaleta Mercado. México: Siglo XXI, 1983: [60-84]), muestra que tanto los movimientos políticos de la derecha como de la izquierda, para tener validez en la praxis política boliviana, deben estar articuladas en/por el ideologema del Nacionalismo Revolucionario (NR).

4 En su historia-memoria, Gesta bárbara. Antes que el tiempo acabe (La Paz: Casa de la Moneda de Potosí, 2000), Valentín Abecia escribe hacia el final del libro: “la mayoría [de los componentes del Gesta Bárbara] fue de izquierda pero no mezclaron su actividad política con el grupo, su sensibilidad social, la lucha por el mar, las reivindicaciones económicas, estaban a flor de piel, eran comunes” (208). Justamente esa falta de mezcla de lo político con lo cultural los hizo víctimas de la ideología del momento. Aún más, aquello que estaba “a flor de piel” y que era común a todos ellos, era sin duda la atmósfera ideológica del NR.

5 No vale la pena discutir aquí las limitaciones de todo intento de representar “fielmente” la realidad, que parece ser la intención, todavía ingenua, de la joven Bedregal. Como se sabe, toda representación es una mediación y una alteración de lo representado.

6 En este mismo tomo, Mónica Velásquez, en su introducción a la poesía de Bedregal, hace un detenido estudio de la familia en la poesía de Bedregal.

7 Verónica es un personaje esencial en el imaginario de Bedregal. Como Ana Rebeca Prada muestra en la introducción al tomo III de esta edición, ya en 1943, Bedregal escribe la historia de incesto de Verónica, dejándola inédita.

8 Hay que aclarar que Bedregal tuvo momentos de rebeldía frente a su clase social. Usar atuendos indígenas o casarse en 1941 con Gert Conitzer, un judío alemán, no fueron actos que su clase social viera con mucha simpatía. No fue, pues, una mujer totalmente sumisa a la familia patriarcal ni al estado nacional, pero tampoco llegó a posiciones radicales ni en política ni en su vida personal. Su actitud crítica a su época, hay que buscarla más en su obra que en su vida personal.

9 Jacques Derrida, en su “La estructura, el signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas” (Dos ensayos. Trad. Eugenio Trías, Alberto González Troyano. Barcelona: Editorial Anagrama, 1972), propone que el origen de la prohibición del incesto es lo que permite que la organización del pensamiento filosófico se base en la dualidad natural/ cultural, pero sólo a condición de dejar ese origen en el dominio de lo filosóficamente impensable.