Volver Principal
Yolanda Bedregal
OBRA - LITERATURA PARA NIÑOS - EL CANTARO DE ANGELITO

 

 

EL CÁNTARO DEL ANGELITO (1979)

EL CÁNTARO DEL ANGELITO

Ale, Cristian, Bibí, Ariel, Valentina. Juan, Rosángela, Lupe, Pablo, Valeria, Gabriel. Beatriz. Carmen. Marisol, Rafael, Jaime, Javier, Amparo, María, Natalia, Rocío, Nadir, Abigail y todos mis amigos grandes y chicos en todas partes:

Quiero contaros por qué se llama así este librito, recogido hoja por hoja con mucho amor para vosotros. Cuando yo era chica, mi Ángel de la Guarda –más grande que yo– solía llegar con otro ángel –más pequeño que él–. Lo llamaremos Querubín para no confundirlo con el mío.

Además de ser encantador, pequeñín Querubín tenía algo especial: llevaba siempre un cantarito. Nunca supe si de cristal, plata o bien pulida greda. Lo traía colgado en el cordón de su túnica de tul, que era azul. Tampoco sé si Querubín era un ángel sin niño porque no le confiaron uno, o porque lo prestó o perdió. Podría ser también que prefería ser libre y no cuidar a nadie. A lo mejor era un Juguete de mi Ángel. (¿Por qué no van a
tener juguetes los ángeles niños? Cada ángel tiene la edad de su dueño y como yo era chica …) ¿O sería ángel custodia de las muñecas? ¡Cómo saber estas cosas tan sencillas para Dios y tan complicadas para la gente!

Lo cierto es que Querubín chiquitín llegaba como ocultándose bajo las alas del grande. Y después se iba por su cuenta a todos lados. Le gustaba llegar los Domingos, día del Señor, o los Sábados cuando hacía sol, o los Lunes cuando hacía luna. En verdad ni conocía el calendario. Todos los días eran buenos para él.

Andaba despacito, callandito de aquí para allá. A nadie molestaba. Ni nadie notaba siquiera su presencia. Cuando en casa los grandes veían de repente el cántaro del angelito moverse una cortina, pensaban que era el aire; si sentían un aleteo, pensaban
que era el jilguero; si un ruidito en el cajón, creían que era un ratón.

Y así. Los grandes creen saber lo que no saben. Yo sí; yo sabía que era Querubín en la ventana, en la cornisa, en el marco de un cuadro o paseando dentro y retocando los colores. Querubín en el telar de mi Mamá, en la máquina de escribir de mi Papá. Querubín en la falda de nuestra viejita Mama-Peta; en el caballo de madera o el oso de trapo de mis hermanos. Yo sabía muy bien por dónde andaba chiquitín Querubín, que al fin y al cabo era compañero de mi, mi propio Ángel. Pero me callaba. A los chicos nos gusta tener nuestros secretitos bien en secreto. No avisaba a nadie las andanzas del angelín.

Resulta que despacito, callandito ya volaba hasta un árbol lejos, lejos. Una vez en las ramas, separaba los pliegues de su túnica de tul que era azul. Tiraba el cordón de su cintura, levantaba con cuidado la vasijita, la destapaba y… dejaba caer una gotita de lo que en ella guardaba.

Entonces el árbol se transformaba, se ponía más hermoso. Si era verde, se volvía más verde; si era dorado, más dorado. Y uno lo veía como si fuera el primer árbol del mundo.

Otra Vez –flufluflú– rondaba la macetita del tamaño de él. Abría la botellita, dejaba caer una gota y se despertaba una plantita que nadie había visto todavía. Todos decían entonces, miren esa violeta tan linda ¡Dónde estaría escondida tanto tiempo! Otro día Querubín vertía una gota sobre una piedra gris y fría, y la piedra se alegraba y, aunque había estado siempre, aparecía recién colocada en ese sitio.

Otra vez echaba al agua una gota de poesía de su tinajita. Y el agua empezaba a cantar. Y no era que empezaba sino que sólo ese momento la gente escuchaba su canto. Y lo mismo pasaba con los animalitos y las cosas cuando el angelín les echaba la esencia de la botellita, aparecían de otra manera; más lindas, más verdaderas, únicas, y como recién nacidas, y como si ya nunca tuvieran que morir.

Hacía tantas maravillas, que mejor ya ni las cuento (Pero os imagináis, ¡seguro que sí!)

Parece que, un día de esos, llamaron a Querubín para algún niño porfiado que quería venir al mundo.

Despacito, callandito me dio un beso. Y como recuerdo me dejó el cantarito que conservo como tesoro de mis amaneceres.

Le tomé mucho cariño al cántaro del angelito y por eso el nombre de este libro que os entrego con el mismo cariño.

Vuestra
Yolanda.

Adrede no hay dibujos, pero sí, espacio para hacerlos, pegar recortes o escribir propios poemas.

Los que van aquí son para leerlos a solas o en coro, dialogarlos, bailarlos, dramatizarlos, hacerlos títeres o jugar con ellos como cada uno guste.